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Nuestras palabras deben ser usadas para amar y no para destruir. Jesús tenía palabras de vida eterna, usadas para ayudar, sanar, enseñar, edificar y sobretodo para proclamar las buenas nuevas del reino de Dios.

“El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda en el corazón habla la boca.” (Luc 6:45)

Todo lo que sale de nuestra boca es producto de lo que hemos atesorado en el corazón; las palabras que decimos describen como está nuestro interior.

Los tipos de personas descritas en el evangelio de Lucas tienen tesoros que fueron acumulados en su vida.

El “tesoro” de cada quien es la acumulación de todos sus pensamientos, deseos, planes, intentos, ambiciones, etc. De este “tesoro”, malo o bueno, saca buenas o malas palabras.

El corazón del hombre bueno es un cofre en donde guarda un tesoro valioso y al hablar saca de ese tesoro para hacer el bien.

NUESTRO MAYOR TESORO

Al reconocer a Jesús como Señor y Salvador de nuestra vida se vuelve nuestro más grande tesoro.

Ahora en nosotros habita la Palabra de Dios, el Verbo de Dios que desde un principio estaba con Dios.

Esa Palabra por la cual todas las cosas fueron hechas; por lo tanto, en nosotros está la capacidad de poder usar nuestras palabras para crear y edificar.

PODER DE VIDA Y MUERTE

“En la lengua hay poder de vida y muerte; quienes la aman comerán de su fruto.” (Pro 18:21)

Con nuestras palabras expresamos el deseo de vivir o de morir; de crecer o de estancarnos.

Nuestras declaraciones y confesiones son el deseo que hay en nuestro corazón.

CONFESIONES DE FE

“Sean, pues, aceptables ante ti mis palabras y mis pensamientos, oh SEÑOR, roca mía y redentor mío.” (Sal 19:14)

Este tan citado versículo señala la importancia de que nuestras palabras y pensamientos sean consistentes con la Palabra y voluntad divinas.

El texto literalmente dice: «Permite que lo que hable y lo que mi corazón murmure sea un deleite para ti, Jehová».

Naturalmente, para que nuestras palabras sean gratas a la vista de Dios, tienen que reflejar lo que nuestros corazones sienten y piensan.

La verdad de este texto nos urge a pronunciar siempre el tipo de palabras que confirmen lo que creemos o pensamos en nuestros corazones acerca de Dios, su amor y su poder.

No es aceptable a la vista de Dios que, si creemos, contradigamos esa creencia con palabras sin sentido.

“Escrito está: Creí, y por eso hablé. Con ese mismo espíritu de fe también nosotros creemos, y por eso hablamos.” (2Co 4:13)

CUIDEMOS NUESTRAS PALABRAS

“SEÑOR, ponme en la boca un centinela; un guardia a la puerta de mis labios.” (Sal 141:3)

El Salmista pide que un guarda sea puesto a su boca, para prevenir que se escape cualquier palabra mala; que guarde la puerta de sus labios de aquella forma de hablar que no honra al Señor.

“El que refrena su lengua protege su vida, pero el ligero de labios provoca su ruina.” (Pro 13:3)

Lo que hay en el corazón no puede salir a la superficie nada más que a través de los labios; y una persona no puede producir a través de sus labios nada más que lo que tiene en el corazón.

PALABRAS DE VIDA ETERNA

Para los discípulos solo Jesús tenía el rhema de vida; esa palabra que les afirmaba la vida en abundancia.

De la misma manera cuando una persona atraviese por aflicciones, angustias o dificultades, una palabra rhema de vida podrá impulsarla a salir adelante.

Es necesario llenarnos de la Palabra de Dios y depositar en nuestros corazones el rhema de vida, atesorar las Palabras de Jesús y ser portadores de la buena noticia del reino de Dios.

No hay nada que sea más revelador que las palabras. No hace falta hablar largamente con una persona para darnos cuenta de si tiene una mente limpia o sucia.

Tampoco tenemos que escucharle mucho tiempo para descubrir si tiene una mente amable o cruel; basta con oírle por unos minutos a uno que se dedica a predicar, a enseñar o a dar conferencias para descubrir si tiene palabras de vida eterna.

“Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado. Porque por tus palabras se te absolverá, y por tus palabras se te condenará.»” (Mat 12:36-37)

Estamos revelando constantemente lo que somos por lo que decimos.


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