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Somos Habitación de Dios

Somos realmente dichosos al saber que Dios nos eligió como Su habitación. Pudiendo habitar en cualquier otro mejor lugar escogió hacer morada con nosotros.

Nuestro Señor Jesucristo lo manifestó al decir que junto al Padre harían una morada en nosotros. Ahora somos la habitación de Dios.

Jesús respondió, y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada. (Juan 14:23 LBLA)

Templos De Su Espíritu

Así mismo el apóstol Pablo en la primera carta a los Corintios nos recuerda que somos templo de Su Espíritu.

¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? (1Co 3:16 LBLA)

Tomando la analogía de cuando un hombre se una a una mujer, se hacen una sola carne; en el momento que nos unimos a Él, Su Espíritu se hizo uno con el nuestro.

Precisamente porque el Espíritu de Dios habita en nosotros, somos templo de Dios, y nuestros cuerpos son sagrados.

Cristo dio Su vida para darnos un alma redimida y un cuerpo puro. Por esa razón, un cristiano no tiene un cuerpo para hacer con él lo que quiera, sino que ese cuerpo pertenece a Cristo; así que cada cual debe usarlo, no para satisfacer su concupiscencia, sino para la gloria de Cristo

Pero el que se une al Señor, es un espíritu con Él. (1Co 6:17 LBLA)

Cristo En Nosotros

Nuestro espíritu está vivo a causa de la justicia de Cristo. La vida gobernada por el Espíritu, centrada en Cristo y orientada hacia Dios, se va acercando día a día al Cielo aun cuando sigue en la Tierra.

Es una vida que es una marcha tan regular hacia Dios que la transición final de la muerte no es más que un paso más en el camino.

Como Enoc, de quien se nos dice que su vida era un caminar con Dios, y Dios le tomó; o, como lo contó un niño: “se daba paseos con Dios, hasta que un día no volvió»

Y si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin embargo, el espíritu está vivo a causa de la justicia. (Rom 8:10 LBLA)

Hemos recibido el espíritu de adopción

En la antigüedad la persona adoptada perdía todos los derechos que le hubieran correspondido en su vieja familia, y adquiría todos los de un hijo legítimo de la nueva familia. En el sentido legal más estricto, adquiría un nuevo padre.

Automáticamente quedaba constituido heredero de las propiedades de su nuevo padre. Aunque después le nacieran a éste otros hijos, eso no afectaba a sus derechos. Sería infaliblemente coheredero con ellos.

Para la ley, la vida anterior de la persona adoptada se borraba completamente. Por ejemplo: si tenía deudas, quedaban canceladas.

Se le consideraba una nueva persona que empezaba una vida nueva sin la menor vinculación con el pasado. Para la ley era hijo de su nuevo padre en todos los sentidos.

Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, (Rom 8:15-16 LBLA)

Somos habitación de Dios

Prometió no dejarnos huérfanos, dijo que no nos dejaría solos y lo cumplió, Jesús y el Padre vinieron hacer morada, una mansión en nosotros.


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